Las circunstancias excepcionales de la actualidad debido a la crisis global están revestidas de gran sufrimiento a todos los niveles. Es por ello que la sintomatología ansioso-depresiva está manifestándose con fuerza en nuestras vidas. Esto es muestra de la gran dureza psicológica de la situación. De esto no se libran los más pequeños, en los cuales se está viendo un aumento de síntomas emocionales negativos. La depresión infantil y ansiedad infantil existen, por lo que es muy importante que lo abordemos y demos a conocer qué manifestaciones se pueden llegar a constituir como un problema.
Niños tristes que lloran, niños que no lo hacen, niños que no sonríen, niños que se enfadan constantemente y que no disfrutan de la vida. Niños que viven ahogados por la angustia. Niños que ven oscurecida su inocencia por el terrible monstruo de la depresión.
Sí, hay niños sumidos en una profunda tristeza y angustia. Niños que no pueden sonreír porque su realidad se ha encargado de echarle el freno a su inocencia. No parece real porque la imagen que mantenemos de la infancia es la de que los niños son todos risueños, felices y juguetones.
Todo problema mental tiene cierta responsabilidad social. Porque cuando vemos a un niño serio y cabizbajo nos afanamos a decirle que no debe estar triste, que no llore, que sonría. Primer grave y craso error.
El niño deprimido y/o ansioso mantiene un diálogo interior consigo mismo que rara vez se hace explícito y visible. Algunas de las cuestiones que se planteará son: ¿Cómo puedo obligarme a estar bien? ¿Por qué la gente se empeña en que sonría, juegue, no llore y no me enfade nunca? ¿Por qué no puedo evitar sentirme así de irritado? ¿Por qué todo el mundo me mira raro? Será que soy raro y que no merece la pena que me esfuerce.
La depresión infantil y la ansiedad infantil, problemas de rasgos visibles
Estas problemáticas existen y hay distintos signos que pueden ayudarnos a activar la alarma de que algo no va bien en la vida interna emocional de nuestros pequeños. Algunos de sus síntomas son parecidos a los de los adultos; por ejemplo la tristeza manifiesta frecuente o el bajón en su rendimiento académico (equiparable al bajo rendimiento laboral en los adultos).
Sin embargo, un aspecto distintivo es que en la depresión infantil solemos encontrarnos con mayor frecuencia la agresividad e irritabilidad o las quejas somáticas del tipo dolores de barriga, de cabeza, musculares, etc.
Asimismo podemos observar cómo la oscuridad viste su motivación y sus ganas de jugar o de hacer cosas diferentes. También puede ser visible cómo el niño no come o duerme de manera adecuada o cómo es víctima de una falta de energía global.
Un pequeño afectado por depresión infantil es probable que no logre concentrarse, pensar o tomar decisiones. Es más, pueden aparecer pensamientos de muerte o ideas, planes e intentos de suicidio.
Si se observan 5 o más síntomas de los comentados, probablemente el especialista llegue a hacer una diagnóstico de depresión infantil. No obstante, cabe tener en cuenta que ciertos estados de apatía, desgana o tristeza pueden ser parte de una etapa de cambios, por lo que debemos observar su evolución con detenimiento.
Es más, debemos respetar la tristeza o apatía de un niño con cautela, pues si nos afanamos por invitarle a estar alegre sin atender al origen de esto, estamos ofreciente una pauta educativa errónea. Esto quiere decir que le estaremos transmitiendo que la tristeza, la frustración o el enfado no son normales y que, por ello, es inútil que las sienta.
Pensemos, entonces, qué implica esto en un niño o adulto. ¿Acaso estar triste por una pérdida no es normal? ¿Acaso no todos nos sentimos irritables en algún momento? ¿Acaso esos estados emocionales no son útiles para darnos cuenta de ciertas cosas?
También es posible que observemos en un niño deprimido cierta agitación motora, lo cual se denomina depresión agitada. El niño no puede permanecer sentado tranquilamente y parece que le quema el asiento. Se retuerce las manos, se pasea constantemente, tamborilea los dedos…

Parece que llevara una pila puesta que nunca se agota. Este estado no debe confundirse con la hiperactividad. Por ello siempre es esencial que los profesionales puedan observar algún otro síntoma que acompañe a este hecho para realizar un correcto diagnóstico.
La contrapartida de la depresión agitada la vemos en la depresión enlentecida. Nuestro pequeño piensa, habla y se mueve a cámara lenta. No se puede hablar con él y hay que repetirle constantemente las preguntas. Sus temas son poco variados y se mantiene en silencio e inmóvil durante tiempos muy prolongados.
Otra pista nos la puede dar un autoconcepto y una autoestima por los suelos. Puede que el niño crea que no vale para nada y que posee un defecto de fabricación. Puede que incluso verbalice que es una “eme” y que magnifique sus errores, haciendo atribuciones indebidas sobre sus cualidades.

No perdamos de vista, además, que la sintomatología ansioso-depresiva tiene muchas características en común. Síntomas comunes de ambas patologías pueden ser: la irritabilidad, la preocupación, la baja capacidad de concentración, las dificultades para dormir, fatiga, agitación, llanto, sentimientos de inferioridad, sentimientos de culpa, baja autoestima, etc.
Ya hemos descrito de manera pormenorizada cómo se manifiesta la depresión y que en muchas ocasiones va de la mano con la ansiedad. Pero, ¿cuáles son las manifestaciones más propias de la ansiedad infantil? Podemos observar miedos, ataques de pánico, nerviosismo, evitación, inestabilidad emocional, tensión muscular, hipervigilancia, sensación y percepción constante de amenaza y peligro. En estos casos puede predominar la angustia por la incertidumbre que envuelve el entorno.
10 ideas para que ayudar a un niño a sentirse bien
Francisco Xavier Méndez, excelente psicólogo infanto-juvenil español, nos ofrece en su libro “El niño que no sonríe” un decálogo de ideas para fomentar la sonrisa y la alegría en los niños afectados por una tristeza continuada.
- Predica con el ejemplo: sonríe, muestra buen humor, disfruta de tu tiempo libre y de tus vacaciones, piensa en voz alta de manera sensata, etc.
- Ayuda al niño a divertirse y a sentirse bien: programa actividades agradables y divertidas, invita a sus amigos a casa, sorpréndele con planes novedosos y atractivos, destaca sus logros, ten en cuenta sus preferencias.
- Ahórrale sufrimientos innecesarios: cuida de su salud (vacunaciones, higiene, hábitos de sueño, alimentación, etc), prepáralo para situaciones estresantes (inicio de la escolarización y pérdida de un familiar, por ejemplo).
- Promueve la armonía familiar: manifiesta cariño de palabra y con hechos, fomenta la comunicación familiar, evita las disputas entre padres en su presencia, etc.
- Edúcalo con afecto y coherencia: actúa de acuerdo con el entorno, fija normas de conducta razonables y exige su cumplimiento, sé comprensivo y flexible, colabora con su colegio, etc.
- Potencia sus cualidades, aficiones y hobbies: inscríbelo en un gimnasio o club, despierta su interés por la lectura, la música, el cine, el teatro, el coleccionismo, las manualidades, etc. Anímale a probar experiencias enriquecedoras como nuevos sabores, deportes, juegos…
- Entrénalo para tolerar la frustración: no accedas a sus demandas irracionales, ignora sus rabietas, enséñale a respetar su turno, retrasa gradualmente la satisfacción de sus peticiones aplazables, demora progresivamente la gratificación, haz que comparta sus juguetes y pertenencias.
- Hazlo responsable, no culpable: valora su esfuerzo de estudio, no sus notas escolares o sus premios. Fija objetivos realistas y felicítale por alcanzarlos (“¡¡Enhorabuena por tus notables!!” es mejor que “¡¡La próxima vez quiero todo sobresalientes!!”).
- Moldea un estilo de pensamiento racional: evita las etiquetas y el lenguaje absolutista (eres malo, nunca me haces caso); En vez de facilitarle la solución, hazle pensar (¿qué podríamos hacer para resolver…? ¿Y qué más?). Conversa con él, rebate sus ideas y creencias irracionales, etc.
- Fortalece su autonomía: enséñale destrezas básicas como asearse, vestirse, cocinar o administrar el dinero. Dale la oportunidad de que practique, ayúdale en todo lo necesario pero no resuelvas sus problemas, permítele participar en la toma de decisiones de manera progresiva, etc.
No obstante, si observamos alguno de los síntomas comentados de manera continuada, debemos consultar a un especialista que evalúe y trabaje los distintos aspectos que se comentan para lograr aportar luz a la fantástica sonrisa que todo niño debe lucir en su rostro y en su corazón.
La salud emocional infantil no es algo que aparezca por arte de magia, sino que es algo que hay que cultivar. Por eso no podemos olvidar que es más fácil criar niños fuertes que reparar adultos rotos. Envolver su alma de amor y comprensión debe ser nuestra prioridad.