El duelo es la intensa respuesta emocional al dolor de una pérdida. Es el reflejo de una conexión que se ha roto. El duelo es un viaje emocional, espiritual y psicológico.
El duelo habitualmente se asocia de manera única a la pérdida de un ser querido pero, como comentábamos, el duelo en realidad se produce ante cualquier tipo de pérdida. Por ejemplo, existe el duelo por la pérdida de capacidades (por vejez, por accidente, por enfermedad), el duelo por la salud perdida, el duelo por un proceso de divorcio, el duelo por la pérdida de una relación derivada de un conflicto, el duelo por el hijo no nacido, el duelo por el trabajo perdido, etc.
Podríamos enumerar muchas más razones, pero lo que queremos transmitir es que por este proceso pasamos por diferentes tipos de pérdidas. A través de este doloroso proceso nuestra psique trata de oxigenarse y de adaptarse a la nueva situación. Durante esta etapa el objetivo último no es retomar la normalidad vital como si nada hubiese pasado, sino ir construyendo una nueva realidad, un nuevo modo de vida integrando el cambio vital que se ha producido.
En el caso del duelo por la pérdida del ser querido, este proceso nos permite crear un vínculo diferente que trasciende a lo material, ayudándonos a acercarnos de una manera más espiritual y mental al amor que le profesábamos a esa persona.
El duelo se define como el proceso de adaptación a una pérdida. Toda pérdida en sí misma es inherente al dolor, por lo que el duelo, inevitablemente, duele.
El duelo es saber que todo volverá a ir bien, pero nada volverá a ser igual
Hace tiempo se publicó una acertada frase de una psicóloga experta en cuidados paliativos, Margalida Estarellas, en un artículo del periódico El Mundo que definía el duelo de esta forma: «El duelo es saber que todo volverá a ir bien, pero nada volverá a ser igual»
Comprender la necesidad de experimentar ese viaje nos ayuda a transitar el camino de la pérdida con un bagaje mayor y más sólido. Esto es importante porque, a mayor conocimiento, mayores opciones de afrontamiento saludable tendremos.
¿Por qué etapas pasamos en el proceso de duelo?
Hay muchas teorías a la hora de comprender el duelo. Una de las más aceptadas es el modelo de etapas de Elisabeth Klüber Ross, desde el cual se plantea que ante una pérdida pasamos por la etapa de negación, de ira, de negociación, de depresión y de aceptación.
No obstante, a pesar de que se postule que pasamos por estas etapas de una manera u otra, es importante destacar que nuestro duelo es tan propio como nuestra vida. Estas etapas son reacciones a la pérdida que muchas personas tienen, pero no hay una reacción a la pérdida típica, así como tampoco existe una pérdida típica.
En la etapa de negación, la realidad es excesiva para nuestra psique, que se está haciendo a la idea de la nueva situación. La negación nos ayuda a dosificar el dolor de la pérdida. Hay alivio en ella. Es la forma que tiene nuestra naturaleza de dejar entrar únicamente lo que somos capaces de soportar. La reconocemos en frases como “no puedo creer que haya fallecido”, “no puedo creer que esté pasando esto”.
La etapa de ira/culpa aflora cuando estamos volviendo a funcionar a un nivel básico. Debemos entender que debajo de la ira anida el dolor. Es natural sentirse desamparado y abandonado en este punto porque nuestra sociedad teme y castiga la ira, tildándola de inoportuna, inapropiada o desproporcionada.
Se manifiesta como ira contra un ser querido por no haberse cuidado mejor o ira contra nosotros por no haber cuidado mejor de él. Ira contra los médicos, ira contra el mundo por ser injusto, etc. El cometido de la persona en duelo es respetar su ira, permitirse estar enfadado. Para ello debe buscar un espacio y un tiempo de desfogue…
Antes de una pérdida, parece que haríamos cualquier cosa con tal de que no ocurra. Tras una pérdida, la etapa de negociación puede adoptar la forma de una tregua temporal. Navegamos en un océano en el que no hacemos más que repetirnos «ojalá…». O «¿y si…?». Queremos que la vida vuelva a ser como era; queremos que nuestro ser querido nos sea restituido. Queremos retroceder en el tiempo: encontrar antes el tumor, reconocer la enfermedad con más rapidez; impedir que el accidente suceda… ojalá, ojalá, ojalá.
La negociación a menudo va acompañada de culpa. Los «ojalás» nos inducen a criticarnos y a cuestionar lo que «creemos» que podríamos haber hecho de otra forma. Es posible que incluso pactemos con el dolor. Haremos cualquier cosa por no sentir el dolor de esta pérdida. Nos quedamos anclados en el pasado, intentando pactar la forma de librarnos del dolor.
Tras la negociación, nuestra atención se dirige al presente. Ahí Aparece la sensación de vacío, el duelo entra en nuestra vida a un nivel más profundo, mucho más de lo que nos hubiéramos imaginado. Nos parece que esta etapa depresiva va a durar siempre y que seremos incapaces de soportarlo.
Esta “depresión” no es síntoma de síntoma de enfermedad mental, sino la respuesta adecuada ante una gran pérdida. Nos planteamos si tiene sentido seguir adelante sin esa persona, ese proyecto, esas posibilidades…
Finalmente llega la aceptación, ese punto del proceso en el que se acepta que la realidad ha cambiado. Eso no quiere decir que nos vaya nos gustará esta realidad ni que estemos de acuerdo con ella pero, al final, la aceptamos.
Aprendemos a vivir con ella. Es la nueva norma con la que debemos aprender a vivir. Ahora es cuando nuestra readaptación y curación final pueden ir afianzándose con firmeza, a pesar de que, a menudo, vemos y sentimos la curación como algo inalcanzable.
La curación se refleja en las acciones de recordar, recomponerse y reorganizarse.
En resumen, el duelo es un proceso complejo, un camino inevitable en el devenir de la vida que nos obliga a reconciliarnos con nuestro mundo interior y a replantearnos nuestras prioridades vitales.